Oreja en tierra – CHARITO ROJAS
Es
contrario a las buenas costumbres hacer callar a un necio, pero
es una crueldad dejarle seguir hablando." Benjamín Franklin (1706
-1790) político, científico e inventor estadounidense, considerado
uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos.
Asistimos
a una comedia del absurdo, adobada de equivocaciones, situaciones
insólitas, declaraciones explosivas y actuaciones que superan los
más delirantes episodios históricos del ridículo.
Lo que pasa es que los venezolanos somos unos rocheleros
y esa es una de las causas por las que no se ha puesto coto desde
hace tiempo a esta manga de abusadores que tienen crucificado
este país. Lo que pasa es que reímos a mandíbula batiente cuando
escuchamos los disparates sobre magnicidios, conspiraciones,
guerras mediáticas; nos desternillamos cuando oímos que las
iguanas son las causantes de los apagones, que los rayos incendian
nuestras refinerías y que quienes ganan dinero vendiendo productos los
tienen escondidos porque quieren jorobarle la paciencia al
gobierno. Indiferentemente hemos visto cómo los peores se han
adueñado del país, sin tomar acciones definitivas para cambiar esa
situación.
Tenemos
14 años hablando y hablando pero hemos sido incapaces de
convencer a nuestros compatriotas convertidos en vividores y
limosneros del gobierno, de que existe algo que se llama dignidad y
que nuestros ancestros tenían con tal abundancia que se la
transmitieron a cuatro naciones más.
La
trágica comedia que vivimos nos ha hecho más reír que llorar. Y
hay más que razones para ambas cosas. El finado se la pasaba
disfrazado de indígena, beisbolero, charro, chino o lo que
necesitara para su espectáculo de narraciones fantásticas donde él
era el Simbad que navegaba por las turbulentas aguas del
capitalismo para repartir las riquezas de un país. En la travesía,
se perdía en cuentos del arañero, de su abuela, de un oscuro
antepasado llamado Maisanta, de cuando quiso ser cantante,
pelotero o monaguillo. Participábamos en encendidas polémicas sobre sus
anécdotas irrespetuosas hacia su segunda esposa, tan errática como
él.
Así
detestáramos sus discursos revolucionarios, las anécdotas
provocaban risa. Y seguro que era entretenido, como no.
Pero
los hijos putativos son más aburridos que una clase de
matemáticas a la primera hora, más ordinarios que una pantaleta de
caqui, más necios que bobo enamorado. En todo el año 2013 nos
hemos calado las amenazas cuarteleras del teniente que para
vergüenza nacional preside el Congreso, las "barrabasadas"
(palabra favorita de mi abuela Rosario) de los radicales como el
siquiatra Rodríguez o el inquisidor Samán; las cretinadas tipo
"tenemos dinero suficiente para importar todo"; los ir y venir del
presidente y su primera combatiente, que le han tomado el gustazo
a gastarse el dinerillo del país en viajes con comitivas de 150
personas, llegar a hoteles de 4.500 dólares la noche y repartir viáticos
de 500 dólares diarios a sus viajeros invitados, muchos de ellos
no funcionarios (Carlos Berrizbeitia dixit).
"Me
quieren matar", "No nos dieron visas", "no dejaron sobrevolar al
avión presidencial", "había un plan perverso para hacerme quedar
en ridículo en la ONU", nos muestra a un mandatario acosado, con
serias paranoias sobre su seguridad, temeroso de su futuro. La
verdad, si yo estuviera en sus zapatos me sentiría igual. Pero
callaría un poco, para darle más distancia a lo inevitable.
Porque
les digo algo: ahora sí es verdad que este país está bien
arriechi. Y no es la oposición, ni los chavistas: son los
venezolanos, los que vivimos accidentadamente en esta tierra, los
que protestamos. Nada tienen que ver con colores ni ideologías.
Protestan pobres y ricos, empleados públicos y privados,
trabajadores y empresarios, sindicalistas y patronos, comerciantes
y buhoneros. Aquí todo el mundo protesta y con razón: ¡esto es un
desastre, señores!
Ya
el régimen no puede tapar el sol con un dedo ante la evidente
incapacidad para resolver problemas domésticos que son los que
verdaderamente irritan a un ciudadano: que no le recojan la
basura, que lo atraquen en la esquina, le secuestren a los hijos,
les roben el carro, que no haya harina pan, azúcar, mantequilla o
papel tualé. Que le quieran cobrar impuestos por servicios que no
se prestan, que los apagones acaben con los electrodomésticos, la
vida social, los negocios y hasta la paz familiar. Que el agua
escasee y además sea un asco. Que después de haber pasado un día
espantoso, salga un descarado a decir que es la oposición saboteando,
las iguanas jorobando, los rayos contrarrevolucionarios, los
burgueses golpistas y por supuesto el imperio, los culpables de
toda esta calamidad, colma la paciencia del santo Job, "contimás"
la nuestra.
Pero
lo que realmente preocupa no es que los gobernantes sean
totalmente incapaces de resolver los problemas básicos para lo
cual fueron supuestamente electos, sino que ellos se declaren
irresponsables. Siempre otro tiene la culpa de sus desaguisados.
Caray y esto está cansando a los civiles… y a los militares
también. ¿O es que creen que las esposas de los uniformados no
hacen las mismas cruzadas de mercado en mercado para conseguir
leche? ¿O que no se va la luz en sus casas?
Algo
está oliendo a podrido, y no son precisamente los 800 conteiner
de alimentos declarados en abandono legal y con sus productos
podridos, sin que ningún defensor del pueblo proteste por el
derroche o algún fiscal encuentre los culpables de esa corruptela.
Lo
que está oliendo mal tiene que ver con pajaritos cantando en la
DEA y la llama encendida que recorre una mecha que va a llegar a
un polvorín. La salida de altos jefes militares y sus familias del
país, la petición de baja de algunos generales, la denegación de
visa americana a dos altos oficiales funcionarios del gobierno, el
descubrimiento de grandes alijos de droga en apenas una
semana…¡¡¡y los rumores!!! Esos que nadie confirma pero que cuando
suenan es porque el río trae piedras. Y éste lo que arrastra son
peñascos.
No
hay que creer una palabra de lo que grita indignado el gobierno:
aquí hay una seria iliquidez, problemas de caja en Pdvsa, quiebra
de las industrias de Guayana, incapacidad de lidiar con el sistema
eléctrico, con las refinerías y con la inseguridad, que tienen
tomado al país. La verdad es que el 65% de los venezolanos, según
un estudio de la Universidad Metropolitana, quiere irse del país
por culpa de la inseguridad. La verdad es que estamos indignados
por la humillación de tener que pelear por un pollo o por un
paquete de harina pan. La verdad es que la vida se nos ha puesto
negra, que cada vez más venezolanos aspiran a que esto termine, que
venga otro gobierno, que alguien con capacidad asuma las riendas y
ponga al país en manos capaces que lo saquen de este quinto mundo
cubanizado en el que han sumido a nuestro pobre país rico.
La
impaciencia está ya apoderada de los venezolanos. Óigase bien: de
los venezolanos, no de la oposición. Aquí no hay partidos ni
tendencias, aquí lo que hay es un país furioso ante tal
irresponsable ineptitud y ante la sarta de mentiras con que
pretenden justificarse.
No
son buenos los pronósticos. Para nadie. Vienen tiempos de cambio,
tiempos duros en que los venezolanos debemos remar todos en la
misma dirección para recuperar el control del barco, confiando en
los mejores, en los más capaces, olvidando ideologías baratas y
cuentos de camino y concretándonos a rescatar valores, economía y calidad de vida. Aunque para la democracia necesitemos más tiempo de rescate.
No
pongan la rodilla, señores del gobierno, pongan la oreja en
tierra para que escuchen cómo está tronando Venezuela. Cállense ya
y escuchen….
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