Lo que hay detrás de las guarimbas
El reportaje que censuró Últimas Noticias
El que sigue es el texto de Laura Weffer Cifuentes, periodista de la Unidad de Investigación de la Cadena Capriles, censurado por la dirección de Últimas Noticias, que iba a ser publicado el domingo 16 de marzo y que desembocó en la renuncia este lunes de la jefa de esta unidad, Tamoa Calzadilla
La edad promedio de los jóvenes de la plaza Altamira se ubica entre 19 y 22 años, llevan capucha y aseguran que su lucha es por Venezuela.
La edad promedio de los funcionarios de la Guardia Nacional se encuentra entre 19 y 22 años, llevan uniforme y aseguran que su lucha es por Venezuela.
Ambos se enfrentan a piedra y lacrimógena en Caracas desde el pasado 12 de febrero, pero en sus mochilas llevan historias paralelas más allá de las trincheras.
Un día en la plaza Altamira revela que los manifestantes crean redes de protección; que pertenecen a la clase media y popular; también vienen del interior del país y están los sin casa, que solo van por comida gratis. El detonante de la jornada suele ser cuando los manifestantes gritan “¡Vamos pa’la autopista!”. Se refieren a la Francisco Fajardo.
La preparación. La actividad en la plaza Altamira comienza pasadas las 10 de la mañana. Desde temprano, quienes hacen vida allí se tapan el rostro. No les gustan las fotos, pues temen a la detención de los organismos del Estado. “En estos días se llevaron a mi compañero. Nos cuidábamos mutuamente cuando las cosas se ponen feas allá abajo”. Habla de Altamira Sur, escenario principal de los enfrentamientos. José es barquisimetano (25). “Estoy aquí desde el 15 de febrero por mi hijo. Tiene un año y no consigo ni pañales ni leche”. Vive de la solidaridad de los vecinos. Desde que llegó ha dormido en Los Ruices, Palo Verde y Caricuao. Sus amigos desde el exterior le escriben: “Na guará, qué fino que estás allá”. Él comenta: “Yo sí creo que estamos escribiendo una nueva historia”.
El 11 de marzo fueron detenidas 11 personas en un allanamiento en el estacionamiento de la plaza. Antes habían sido detenidas más de 150 en distintos operativos.
Los jóvenes aseguran que guardias y policías viven en la Torre Británica. El 12 de marzo grupos vandálicos desvalijaron 6 oficinas gubernamentales ubicadas allí. El domingo quemaron un quiosco de Metrobús.
“¿Días? Yo tengo semanas sin ir a mi casa. Estamos acuartelados desde que esta situación comenzó”, cuenta un oficial que no ofrece su nombre. Se toma el tiempo de explicar que su función es hacer respetar el libre tránsito y cita el artículo 50 de la Constitución, que se refiere a este derecho. Asegura que allí es el último lugar en el que quiere estar. “No disfrutamos deteniendo a los manifestantes. Pero es lo que nos corresponde. Estamos dentro del marco de la ley”.
Las pancartas que despliegan los manifestantes también aluden a la Constitución (Art. 68): “Los ciudadanos tienen derecho a manifestar pacíficamente y sin armas”. Hasta que lanzan la primera piedra.
Solidaridad ajena. Es mediodía y los accesos a la Luis Roche y a la San Juan Bosco han sido bloqueados. En la primera de estas avenidas, los manifestantes colocan un carro en mitad de la calle. De un lado, queman un caucho cerca de unos “miguelitos” (cabuya amarrada con clavos). Del otro queda un resquicio por el que puede pasar una moto. Varios lo intentan, pero Ronald se los impide acostándose de largo a largo en el asfalto. Tiene 17 años y se unió a las protestas desde el primer día. “Quiero que mi mamá sepa que tengo más posibilidades de graduarme, que de que me maten”. Confiesa que no es de la oposición ni del chavismo: “Soy venezolano”, dice, detrás de una máscara como la que usan los pintores de latonería. Un conductor se acerca a la barricada. No lo dejan pasar. Les grita insultos, en retribución.
Algunos llegan con bolsas de comida y medicamentos. Hay una logística de distribución. De repente, los jóvenes estallan en aplausos. Una camioneta se para justo antes de la barricada y de su interior bajan varias bolsas llenas de hojas secas.
El ministro del Interior, Miguel Rodríguez Torres, denunció que algunos de los manifestantes detenidos en Altamira confesaron recibir Bs 5.000 semanales del partido Voluntad Popular. “¿Tú crees que si eso fuera verdad ya no me hubiese comprado una máscara antigás?”, interroga con el rostro lleno de Maalox (un antiácido eficaz para neutralizar el efecto de las lacrimógenas) José, (23). Luego saca su cartera. Tiene tres billetes de cinco: “Este es mi capital”.
El sueldo promedio de la tropa de la GNB es de Bs 6.000 mensuales, más cestatickets. Trabajan tres semanas seguidas y libran una, pero el presupuesto no les da para visitar a su familia en el interior del país. Sus acentos los delatan. Vienen de Maracaibo, Sucre y Aragua.
Activados. El momento de la verdad. A las 2:50 pm se oye un grito que se repite en eco. “¡Activémonos!”. Hay un grupo junto a la fuente que practica lanzamientos y atrapadas de bombas lacrimógenas. Entrenan con una pelota. En sus brazos tienen unos escudos hechos con pedazos de zinc, con unas siglas en azul: “Grie” (Guarimberos de Respuesta Inmediata Élite). Bajan en desbandada. Jóvenes con pasamontañas, máscaras de Guy Fawkes (conocida como de Anonymous), gente vestida de trabajo, estudiantes. Los que tienen spray con Maalox se ubican al lado de los “frenteadores”, en la línea de fuego.
Hay una rutina. Como si ensayaran, los manifestantes dan el primer paso y lanzan piedras y bombas caseras, para abrirse paso hacia la autopista. Algunos días los militares intentan disuadirlos con palabras; otros, apuran el final, que siempre es el mismo. Una lluvia de lacrimógenas provoca una neblina tóxica que dificulta la respiración; hace que ardan piel y ojos. Hay desmayados. Los primeros en la línea de fuego aplican el entrenamiento. Patean las bombas. A medida que los manifestantes se debilitan, los militares empujan hacia arriba. Pasan horas.
La oscuridad. Todas las noches los manifestantes trasladan sus protestas hasta la avenida San Ignacio de Loyola en Chacao. A veces la GNB actúa, otras no. A las 6:00 pm colocan sofás, colchones y hasta neveras viejas. La jefa de Gobierno del Distrito Capital, Jacqueline Faría, dijo que desde el 12-F hay un descenso en la cantidad de desechos que llegan a La Bonanza.
“Yo vivo en el 23 de Enero y es verdad que pasan los colectivos con altoparlantes en la noche amenazándonos. Pero si me consiguiera 30 chamos para guerrear desde allá, ni me lo pensara”, dice Lis (19).
Cada noche hay al menos cuatro tanquetas que en la parte superior tienen ocho cañones de los que salen bombas lacrimógenas. También hay efectivos con escopetas. Por encima de las detonaciones se escuchan mentadas de madre y unos sonoros “¡hijos de puta!” salen de las ventanas. Lanzan piedras y botellas. Ellos responden con más bombas y perdigones. En ocasiones directo a los apartamentos. En otras, tanquetas chocan los carros estacionados. Uno de los verdes comenta que su compañero perdió la audición de un oído por un “tumbarrancho”.
De la ballena se escucha la voz de Chávez entonando “Patria querida”. Los uniformados explican que sirve para “levantar la moral de la tropa”, y que no significa estar partidizados. Antes de la medianoche vuelve la calma. Un GNB joven cuenta: “Mi mamá, del Zulia, tiene que calarse la misma cola que la que hacen estos chamos, para comprar cualquier pote de aceite. Yo creo que ellos tienen razón, pero a veces se pasan”. Se arregla el chaleco antibalas. Mañana será otro día.♦
Protestas/ El Gobierno asegura que reciben financiamiento de organizaciones políticas, pero quienes participan en las barricadas lo niegan
La plaza Altamira es el epicentro de los enfrentamientos en Caracas. Manifestantes y GNB coliden todos los días, hasta el cansancio
Laura Weffer Cifuenteslweffer@cadena-capriles.comLa edad promedio de los jóvenes de la plaza Altamira se ubica entre 19 y 22 años, llevan capucha y aseguran que su lucha es por Venezuela.
La edad promedio de los funcionarios de la Guardia Nacional se encuentra entre 19 y 22 años, llevan uniforme y aseguran que su lucha es por Venezuela.
Ambos se enfrentan a piedra y lacrimógena en Caracas desde el pasado 12 de febrero, pero en sus mochilas llevan historias paralelas más allá de las trincheras.
Un día en la plaza Altamira revela que los manifestantes crean redes de protección; que pertenecen a la clase media y popular; también vienen del interior del país y están los sin casa, que solo van por comida gratis. El detonante de la jornada suele ser cuando los manifestantes gritan “¡Vamos pa’la autopista!”. Se refieren a la Francisco Fajardo.
La preparación. La actividad en la plaza Altamira comienza pasadas las 10 de la mañana. Desde temprano, quienes hacen vida allí se tapan el rostro. No les gustan las fotos, pues temen a la detención de los organismos del Estado. “En estos días se llevaron a mi compañero. Nos cuidábamos mutuamente cuando las cosas se ponen feas allá abajo”. Habla de Altamira Sur, escenario principal de los enfrentamientos. José es barquisimetano (25). “Estoy aquí desde el 15 de febrero por mi hijo. Tiene un año y no consigo ni pañales ni leche”. Vive de la solidaridad de los vecinos. Desde que llegó ha dormido en Los Ruices, Palo Verde y Caricuao. Sus amigos desde el exterior le escriben: “Na guará, qué fino que estás allá”. Él comenta: “Yo sí creo que estamos escribiendo una nueva historia”.
El 11 de marzo fueron detenidas 11 personas en un allanamiento en el estacionamiento de la plaza. Antes habían sido detenidas más de 150 en distintos operativos.
Los jóvenes aseguran que guardias y policías viven en la Torre Británica. El 12 de marzo grupos vandálicos desvalijaron 6 oficinas gubernamentales ubicadas allí. El domingo quemaron un quiosco de Metrobús.
“¿Días? Yo tengo semanas sin ir a mi casa. Estamos acuartelados desde que esta situación comenzó”, cuenta un oficial que no ofrece su nombre. Se toma el tiempo de explicar que su función es hacer respetar el libre tránsito y cita el artículo 50 de la Constitución, que se refiere a este derecho. Asegura que allí es el último lugar en el que quiere estar. “No disfrutamos deteniendo a los manifestantes. Pero es lo que nos corresponde. Estamos dentro del marco de la ley”.
Las pancartas que despliegan los manifestantes también aluden a la Constitución (Art. 68): “Los ciudadanos tienen derecho a manifestar pacíficamente y sin armas”. Hasta que lanzan la primera piedra.
Solidaridad ajena. Es mediodía y los accesos a la Luis Roche y a la San Juan Bosco han sido bloqueados. En la primera de estas avenidas, los manifestantes colocan un carro en mitad de la calle. De un lado, queman un caucho cerca de unos “miguelitos” (cabuya amarrada con clavos). Del otro queda un resquicio por el que puede pasar una moto. Varios lo intentan, pero Ronald se los impide acostándose de largo a largo en el asfalto. Tiene 17 años y se unió a las protestas desde el primer día. “Quiero que mi mamá sepa que tengo más posibilidades de graduarme, que de que me maten”. Confiesa que no es de la oposición ni del chavismo: “Soy venezolano”, dice, detrás de una máscara como la que usan los pintores de latonería. Un conductor se acerca a la barricada. No lo dejan pasar. Les grita insultos, en retribución.
Algunos llegan con bolsas de comida y medicamentos. Hay una logística de distribución. De repente, los jóvenes estallan en aplausos. Una camioneta se para justo antes de la barricada y de su interior bajan varias bolsas llenas de hojas secas.
El ministro del Interior, Miguel Rodríguez Torres, denunció que algunos de los manifestantes detenidos en Altamira confesaron recibir Bs 5.000 semanales del partido Voluntad Popular. “¿Tú crees que si eso fuera verdad ya no me hubiese comprado una máscara antigás?”, interroga con el rostro lleno de Maalox (un antiácido eficaz para neutralizar el efecto de las lacrimógenas) José, (23). Luego saca su cartera. Tiene tres billetes de cinco: “Este es mi capital”.
El sueldo promedio de la tropa de la GNB es de Bs 6.000 mensuales, más cestatickets. Trabajan tres semanas seguidas y libran una, pero el presupuesto no les da para visitar a su familia en el interior del país. Sus acentos los delatan. Vienen de Maracaibo, Sucre y Aragua.
Activados. El momento de la verdad. A las 2:50 pm se oye un grito que se repite en eco. “¡Activémonos!”. Hay un grupo junto a la fuente que practica lanzamientos y atrapadas de bombas lacrimógenas. Entrenan con una pelota. En sus brazos tienen unos escudos hechos con pedazos de zinc, con unas siglas en azul: “Grie” (Guarimberos de Respuesta Inmediata Élite). Bajan en desbandada. Jóvenes con pasamontañas, máscaras de Guy Fawkes (conocida como de Anonymous), gente vestida de trabajo, estudiantes. Los que tienen spray con Maalox se ubican al lado de los “frenteadores”, en la línea de fuego.
Hay una rutina. Como si ensayaran, los manifestantes dan el primer paso y lanzan piedras y bombas caseras, para abrirse paso hacia la autopista. Algunos días los militares intentan disuadirlos con palabras; otros, apuran el final, que siempre es el mismo. Una lluvia de lacrimógenas provoca una neblina tóxica que dificulta la respiración; hace que ardan piel y ojos. Hay desmayados. Los primeros en la línea de fuego aplican el entrenamiento. Patean las bombas. A medida que los manifestantes se debilitan, los militares empujan hacia arriba. Pasan horas.
La oscuridad. Todas las noches los manifestantes trasladan sus protestas hasta la avenida San Ignacio de Loyola en Chacao. A veces la GNB actúa, otras no. A las 6:00 pm colocan sofás, colchones y hasta neveras viejas. La jefa de Gobierno del Distrito Capital, Jacqueline Faría, dijo que desde el 12-F hay un descenso en la cantidad de desechos que llegan a La Bonanza.
“Yo vivo en el 23 de Enero y es verdad que pasan los colectivos con altoparlantes en la noche amenazándonos. Pero si me consiguiera 30 chamos para guerrear desde allá, ni me lo pensara”, dice Lis (19).
Cada noche hay al menos cuatro tanquetas que en la parte superior tienen ocho cañones de los que salen bombas lacrimógenas. También hay efectivos con escopetas. Por encima de las detonaciones se escuchan mentadas de madre y unos sonoros “¡hijos de puta!” salen de las ventanas. Lanzan piedras y botellas. Ellos responden con más bombas y perdigones. En ocasiones directo a los apartamentos. En otras, tanquetas chocan los carros estacionados. Uno de los verdes comenta que su compañero perdió la audición de un oído por un “tumbarrancho”.
De la ballena se escucha la voz de Chávez entonando “Patria querida”. Los uniformados explican que sirve para “levantar la moral de la tropa”, y que no significa estar partidizados. Antes de la medianoche vuelve la calma. Un GNB joven cuenta: “Mi mamá, del Zulia, tiene que calarse la misma cola que la que hacen estos chamos, para comprar cualquier pote de aceite. Yo creo que ellos tienen razón, pero a veces se pasan”. Se arregla el chaleco antibalas. Mañana será otro día.♦
Comentarios
Publicar un comentario