Si partiéramos de la base de que Estados Unidos ha declarado a Venezuela como una amenaza para su seguridad, entre otras razones, por los supuestos vínculos que habría entre figuras prominentes del chavismo y grupos extremistas como el Hezbolá, si eso fuera cierto, cabe entonces una pregunta: ¿Por qué el chavismo se arriesgaría a mantener esas relaciones peligrosas? Dado el altísimo precio que tendría que pagar por ese alineamiento, que es nada más y nada menos el de que la primera potencia del mundo te incluya en su lista negra, hay que formular obligatoriamente esta interrogante: ¿Qué contraprestación recibiría la élite gobernante al apoyar a organizaciones terroristas de alto rango? ¿Qué le darían éstas a cambio? Ya se sabe que su presunto vínculo con entidades fundamentalistas la coloca en el ojo del huracán. La asocia al llamado eje del mal. La pone en la mirilla. La expone al cadalso. Pero ¿qué es lo que ganaría el Gobierno con esta alianza, si la hubiera? ¿Qué recibiría? Lo que uno supone es que el pagodebe ser muy atractivo dado que el costo de ese vínculo alcanza una cota muy alta. Primero que nada, hay que decir que el cordón umbilical que une al chavismo con este tipo de organizaciones (incluida también las FARC) viene dado por la vía de la identidad ideológica. Lo que tienen en común estos grupos, y eso no es ningún secreto, es el rechazo por los valores occidentales. Y en este cuadrante, Estados Unidos es el máximo representante. Así que la razón fundamental por la cual la clase gobernante de Venezuela (o parte de ella, para ser justos) siente empatía con los grupos extremistas es de orden doctrinario, si cabe el término. Estados Unidos, la potencia imperial, es el gran enemigo a vencer. Es, también, un asunto geopolítico. Esta identidad es una de las razones que explicaría por qué el chavismo, que desde siempre se ha planteado cambiar el
statu quointernacional (lo que, según Henry Kissinger, es una condición
sine qua non para definir lo que es un revolucionario), flirtearía, por ejemplo, con grupos como el Hezbolá. El odio hacia Estados Unidos es un motor muy poderoso y quien lo cultive es mi amigo.
¿Qué evidencias existen de estos supuestos vínculos entre Venezuela y los llamados por Estados Unidos grupos terroristas? Lo de las FARC se ha analizado hasta la saciedad. Es más: fue el propio Chávez, en cadena nacional, quien dijo que había que darles beligerancia. La computadora de Raúl Reyes también arrojó pistas sobre la conexión entre el chavismo y el grupo insurgente. Y en cuanto al Hezbolá, fue el propio Departamento del Tesoro (aunque Obama no haya hablado de esto cuando anunció su orden ejecutiva) el que identificó, en 2008, a Ghazi Nasr Al Din, un supuesto diplomático libanés-venezolano, como una pieza importante del grupo extremista. Ghazi Nasr Al Din está catalogado como un arquitecto financiero del Hezbolá. Es uno de los hombres clave en la recaudación de fondos para la organización. En enero pasado, el FBI actualizó sus datos en su página web: lo buscan por considerarlo sospechoso de terrorismo y lo señalan por supuestamente haber abierto un centro comunitario y una oficina patrocinadas por el Hezbolá en Venezuela.
La nota que publicó la revista
Veja de Brasil confirmaría los vínculos que habría entre la clase gobernante venezolana y los grupos fundamentalistas.
Veja entrevistó a tres ex altos funcionarios del gobierno de Chávez que ahora residen en Estados Unidos y quienes, según la publicación, no dieron sus nombres para evitar retaliaciones a sus familiares en Venezuela. Uno de ellos aseguró que en la ruta Caracas-Damasco-Teherán inaugurada por el Gobierno en 2007, que salía de Maiquetía dos veces al mes, se introducía cocaína, que era descargada en la capital de Siria y que posteriormente era distribuida por el Hezbolá.
Vejaseñala que esos vuelos, que surgieron tras un acuerdo entre Chávez y Ahmadinejad, según revelaron sus fuentes, traían de regreso a terroristas que eran solicitados internacionalmente. Pero no solo eso. La revista también menciona a Ghazi Nasr Al Din. Dice que Al Din habría sido agregado comercial en la embajada de Venezuela en Damasco y habla de una supuesta conexión entre éste y el ex ministro del Interior y actual gobernador de Aragua, Tareck El Aissami.
Según el testimonio recogido por
Veja, debido a la gracia de un pasaporte que le otorgara Ghazi Nasr Al Din, el clérigo Mohsen Rabbani, —el iraní que fue considerado por el fiscal Alberto Nisman como el cerebro del atentado contra la Asociación Mutual Israelita (AMIA), en el que hubo 85 muertos y más de trescientos heridos, y que está solicitado por la Interpol— pudo ingresar de manera secreta a Brasil en tres oportunidades. Rabbani fue consejero cultural de Irán en Buenos Aires durante unos años y aprovechó la fachada de su cargo, según las investigaciones que adelantó Nisman, para preparar el ataque terrorista. La prensa argentina señala que Rabbani está actualmente en Irán. De manera que, de ser cierto que el pasaporte que obtuvo Rabbani le llegó vía Venezuela, allí habría otra conexión entre el Gobierno y las organizaciones terroristas.
Ahora, ¿por qué el chavismo juega con fuego? De esto puede sacarse una conjetura. Puede ensayarse una hipótesis. No es solamente la identidad ideológica lo que hace que algunas figuras del chavismo coqueteen con estas organizaciones. No es sólo el odio que profesan hacia Estados Unidos. Desde luego que ese es un factor de mucho peso. Pero, más allá de la empatía que los une en la cruzada contra el imperio (el imperio nunca es simpático), hay otro detalle, que asomo como especulación y no como certeza. Quizá la contraprestación que la élite chavista pudiera obtener de estas organizaciones irredentas, a las que supuestamente presta apoyo financiero y logístico, sería que ellas se convirtieran en una suerte de escudo protector de la revolución venezolana en un caso extremo. Ya sabemos que el Gobierno cae en las encuestas. Ya sabemos que en el mundo financiero internacional se habla de un eventual
default o cesación de pagos para este año o principios de 2016. Ya sabemos que el país pisa el peligroso terreno de la hiperinflación y de la escasez. Es decir, ya sabemos que esto es un caldo de cultivo. Y si habláramos en estrictos términos electorales y de gobernabilidad, el Gobierno corre el riesgo de derrumbarse. Bien por las urnas o bien por las presiones de calle.
El asunto está en que un gobierno como el que tenemos, que ha dejado un cementerio tras de sí, que ha violado flagrantemente los derechos humanos, que ha llevado la corrupción a niveles históricos (incluido el lavado), que ha encarcelado a los opositores, a los estudiantes y a los disidentes en general al más puro estilo de una dictadura, que ha provocado una diáspora de millón y medio de venezolanos (90 por ciento de ellos con grado universitario), que ha producido algo tan abominable como la Lista Tascón, que ha destruido el aparato productivo, que ha expropiado empresas y cerrado medios de comunicación, un gobierno así, que tiene tantas cuentas pendientes con la justicia (con la justicia; el revanchismo es otra cosa), no puede darse el lujo de la alternancia. El costo que tendría que asumir sería muy alto. Lo que le queda, entonces, es atrincherarse. Y es justamente en ese escenario del atrincheramiento en el que el apoyo que puedan brindarle los grupos extremistas resulta capital. Lo que quiero decir —y esto puede sonar muy temerario: nadie lo desea— es que la
nomenklatura chavista pudiera apelar al terrorismo como su última carta para mantenerse en el poder.
Eso es sólo una hipótesis. Una hipótesis que entraría en desarrollo si el Gobierno, en una etapa de agudización de la crisis sociopolítica, se negara a toda negociación y se decantara por la inmolación. Allí, en el tablero de la inmolación, es donde las organizaciones extremistas podrían servir de ayuda. El uso de grupos paraestatales ya lo hemos visto: su gran
performance lo hicieron durante las protestas de 2014. En la escala evolutiva, los colectivos armados serían un cándido antecesor de las células terroristas que podrían activarse si la élite chavista (presionada por la crisis interna y presionada por Washington, que ahora considera a Venezuela una amenaza) opta por el atrincheramiento como la vía indispensable para salvarse de un “juicio final”. ¿Qué les dan las corporaciones terroristas a quienes las ayudan, a quienes les brindan soporte, a quienes las auxilian financieramente? Les dan el poder que ellas tienen, que no es el poder que otorgan los votos en un ajedrez político, sino el de infundir miedo. El poder de aterrorizar. El poder de amedrentar al adversario, al que no se afilia a su iglesia. Es la coacción bajo la figura de la dinamita. Esa sería la contraprestación. Que cooperaran con el
establishment chavista para crear un clima de conmoción supremo que cierre la puerta a la alternancia.
Comentarios
Publicar un comentario