De Pérez a Chávez
Por: Fernando Londoño Hoyos
"No hay dolor más grande que el de recordar días felices desde el fondo de mísero destino".
El más importante de los políticos venezolanos de los últimos 50 años se ha ido en la más dura encrucijada de la Historia de su pueblo. En pocos días se reunirá una Asamblea Nacional que debiera tener mayoría opositora, a la que ha dejado sin funciones el Dictador de aquella sufrida República. Muy a su estilo. Muy al reconocido estilo de los autócratas de ayer y de siempre, que pregonan la Democracia para herirla mejor, para burlarla mejor, para destruirla mejor. Hitler, Mussolini y Stalin se dijeron demócratas en su momento. Es un síntoma.
Que todo tiempo pasado fue mejor, lo sabemos desde hace siglos y podemos repetirlo en los versos inolvidables del más viejo de los poetas de Castilla. Por eso, vale tener cuidado con ensalzar a Pérez en olvido de todas sus flaquezas y de todos sus errores. Pérez no es el dechado de virtudes que se siente la tentación de exaltar cuando se compara el duro pasado de Venezuela con su ignominioso presente. Nada le haría más daño a su memoria que golpearla con el ditirambo, con la ilegítima alabanza. Pérez no fue mejor que su tiempo, en el que Venezuela desperdició gloriosas oportunidades y estuvo muy por debajo de su legítimo destino.
Una política imperfecta y unos políticos mediocres llevaron a Venezuela a las puertas del abismo en que anda sumergida. Y Carlos Andrés Pérez llevará a cuestas su cuota de responsabilidad en ese colosal despilfarro de oportunidades en que la vida de Venezuela ha quedado atrapada. Pero tan grave como olvidar aquella carga de pequeñeces y desvaríos sería dejar de exaltar las cosas amables, y aún grandes que ha sepultado este aluvión de miserias que ha caído encima de la tierra de Bolívar.
Venezuela fue rica con barril de petróleo a menos de diez dólares. Venezuela supo ser libre en medio de las inconsecuencias de un sistema de alternación no pactado entre partidos sin fe ni grandeza. Venezuela alcanzó a ser progresista en medio de inmoralidades y ventajismos. Venezuela tuvo libertad de conciencia, libertad de opinión, libertad política. Venezuela disfrutó instituciones respetables, con carencias, claudicaciones y limitaciones imposibles de esconder. Venezuela alcanzó a darles abrigo a los suyos y a millones de colombianos que a su alero se acogieron. Gracias le sean dadas.
La Venezuela de hoy ha encontrado caminos para empobrecerse con el petróleo a ochenta dólares por barril. Ha destruido su sistema empresarial. Ha liquidado su producción agropecuaria, que se suple con vergonzosas compras de lo indispensable. Ha renunciado al mejoramiento y al sostenimiento de una infraestructura que se cae a pedazos. Volvió añicos una de las compañías petroleras más serias del mundo. Comprometió un potencial siderúrgico y energético que envidiaría cualquiera nación de la tierra. Se endeudó, siendo tan rica, hasta niveles catastróficos y logró la triste palma de una inflación monstruosa.
Y todavía queda lo peor. Un pueblo amable se convirtió en una fiera. Su gente, proverbialmente simpática, calurosa y abierta, se ha vuelto feroz por el evangelio del odio, de la envidia, de la amenaza y del chantaje que le han predicado. Venezuela es el país más inseguro del mundo y el más violento. Allá, opinar es un delito y disentir, una aventura que puede pagarse con la vida.
Todo en Venezuela es comunista. Vale decir, retrógrado y perverso. Y es a la luz de ese contraste, el de un pasado al que le faltó mucho para la excelencia, y el de este presente de sombras, como debe mirarse la vida de Carlos Andrés Pérez. Y, por supuesto, la del siniestro personaje que lo sucede en Miraflores, el que nadie merece por jefe y muy pocos quisieran por amigo.
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