Máquinas despejan en El Salado vías afectadas por los deslaves

A las faldas del cerro Tragaplata vecinos aún relatan lo ocurrido el domingo. “Pensamos que íbamos a morir, pero Dios nos salvó”, dijo Francisca Serrano, quien vio cómo rocas y lodo cayeron de la montaña.




Yanet Escalona





Con maquinaria pesada enviada por la Gobernación del estado Nueva Esparta, prosiguen con el despeje de vías tras la contingencia vivida durante el fin de semana. Desbordamiento de ríos y quebradas, más los deslaves que se dieron en la montaña produjeron la emergencia y dejaron bastante tierra que obstaculiza el paso. El trabajo de recuperación es lento, pero continúa. También ha acudido la Corporación Eléctrica, Corpoelec.



A las faldas del cerro Tragaplata, ubicado en el municipio Gómez, colindante con Antolín del Campo, el conductor de la máquina realiza la labor no sólo de sacar tierra, sino de retirar piedras y enormes rocas que cayeron en la zona luego de los deslaves del domingo.



El hermoso Valle de Pedro González en el estado Nueva Esparta, alberga en su seno el asentamiento agrícola El Salado. Sobre tierras fértiles prevalece un clima de montaña, bordeado de cerros como el Tragaplata, La Aguá, El Jobo y La Sierra. Maravilloso espacio lleno de verdor, oxígeno y energía pura. Sin embargo, el domingo el destino hizo que la naturaleza le hiciera una mala jugada, con la cantidad de agua que cayó sobre la montaña que desbordó y originó situaciones de emergencia que el pueblo no quiere volver a vivir.



“Estoy damnificada en el Consejo Comunal. He recibido apoyo de los vecinos. Mi casa se la llevó el río”, cuenta Ireida Marín.



Desde hace dos años residía en una vivienda, hecha de bloque y techo de acerolit. “Nunca me imaginé que la casa se caería. En ese momento sólo pensé en salir del peligro con mis hijas. No pude salvar nada y después casi nos cae el cerro encima”, agregó.



EPISODIOS DE LOS SERRANO

La familia Serrano reside en El Salado, muy cerca del cerro Tragaplata, el cual casi se los tragó a todos, afirma Oscarina Fernández (24), quien narra lo ocurrido junto a su abuela Francisca Serrano.



“Estábamos durmiendo. Había llovido mucho todos los días anteriores y el propio sábado. Como a las ocho de la noche se fue la luz. Mi esposo y yo nos paramos, porque él tiene un galpón de pollos y necesitaba prender la planta para que los pollitos no se murieran de frío. Comenzó a entrar agua a la casa y creímos que era propio de la lluvia, como otras veces. Como se anegaba más la casa despertamos al resto de la familia, para estar alertas. Como a las nueve de la noche una vecina llegó corriendo a refugiarse en nuestra casa, con sus hijas y una bebé, porque se le había caído la casa. Una hora después escuchamos una especie de explosión que voló el portón delantero, tras la caída de rocas de casi dos metros. Nos metimos en el primer cuarto y luego en un baño, de donde no salimos. Allí el agua nos tapaba. Quisimos subir al techo, pero mi abuela nos recordó que el techo estaba sentido. A esa hora pensábamos que estábamos muertos. Menos mal que no pasó a mayores”.

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